Los hombres buscan consejo en el sabio cuando acechan temores e incertidumbres. Maestro, qué haremos? Guardarán para él un asiento en su mesa, sus casas se honrarán con su presencia. Le pedirán sentencias enigmáticas, palabras poderosas en labios reverentes. Rabí, qué haremos?
Es difícil sostener la mirada de un hombre desesperado, cuando el hambre no cesa, cuando la muerte ha robado una vida o el dolor se establece. El Maestro conoce la respuesta: seguiremos la Ley de los antepasados. Así está escrito: pondrás en el corazón de tu hermano una paloma, como deseas el tuyo arrullado por quien te ama.
Sentado ante los libros, iluminado por el sol de la mañana, acaricia su barba. De todos los mortales, es quien mejor observa la tradición, quien mejor conoce los viejos salmos, las alegorías. Nada sería igual sin nosotros, consagrados al libro, guardando el verbo a salvo de las lecturas impías.
Un hombre responsable sabe llevar su carga, pero nadie está a salvo de miradas ajenas. Nadie es tan poderoso que oculte para siempre sus miserias. Nada puedo exigir a la vida, medita, más que seguir viviendo. Nada puedo exigir a mi pasado. Nadie está en la clave ni el secreto.
Los pasos van dejando un rastro venerable de mentiras. Encogido de hombros y de dudas. Mi casa está cerca.