La pena es un sentimiento deseado para:
- el poeta, que se recrea en la melancolía para mantener el trance de la escritura;
- el enamorado, que interpreta la pena como la confirmación de su sincero enamoramiento;
- el mártir, cuya desgracia augura la redención prometida.
Los católicos no buscan necesariamente la pena y la desgracia, aunque la reciben como señal de una prueba de fe. La entrega a los demás también es una forma narcisista de buscar la virtud. Quien se entrega, debe además mortificarse, pues siempre sospechará si la entrega es verdaderamente desinteresada.
Se pregunta si su dolor es suficientemente intenso, si la plenitud de su tristeza es suficientemente real, si el sacrificio es suficientemente digno de mérito. La pena no es correspondida con caricias amantes, con pensamientos y poemas únicos, ni siquiera con una promesa de salvación; sólo con la decadencia consciente de cierto sentido de distinción. A nadie le importa. El odio, el desprecio y el orgullo silenciosos crecen en él y le proporcionan los momentos más intensos de su vida. Nadie más sospecha de su ejemplar entrega, dónde anida la mentira.
En todos los casos, la pena arrastra el pecado capital de la vanidad.
!ay el sufrimiento¡ nos lo venden como virtud, vanidad? quizá, el querer ser mas, tener mas aunque sea pena...la verdadera virtud es la alegría consciente.
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