viernes, 25 de marzo de 2011

Fibra óptica

La red es un potente atractor que impone nuevos modos de relación social desplazando los tradicionales. Nos dividimos en un haz de ocupaciones y personalidades. Jugamos a ser muchos y a dejar de serlos con rapidez, a emplearnos en tareas superficiales que nos multiplican ante el espejo de la pantalla.

La gente se preocupa por el sentido de esta práctica y hacia qué sociedad nos conduce (como si la sociedad fuera un paisaje por el cual conducir). Creen que somos nosotros, los que estamos a este lado, quienes nos transformamos y nos dividimos, multifrénicos, la esquizofrenia postista.

Se equivocan, naturalmente.

Cuando todos dormimos y el ordenador descansa, una miríada de pequeños retazos recorren la fibra óptica, transeúntes peculiares de las avenidas y jardines de la blogosfera. Algunos son palabras y frases sueltas, otros, pensamientos rápidos, algunas expresiones risueñas, unas carcajadas, signos de admiración. Apenas alcanzan el tamaño de una imagen, el trozo de un rostro. Retazos, egobytes.

Diminutos yoes que tienen su vida propia. Unos se dedican a iniciar conversaciones, otros muestran a los visitantes museos y salas de arte, estos saludan afectuosos a las personas que quieren, aquellos son menos corteses y escriben grafitis, dibujan cicatrices en los retratos o cortan algún cable traviesos y arrogantes.

La red es un desierto de fibras que florecen, un arroyo binario donde acuden los pájaros, un rumor de pasillos alargados con puertas que se abren, una ciudad sin límites donde no hay semáforos, ni tiempo, ni teclados, el espacio donde los otros que son yo son felices contemplando lentos atardeceres electrónicos en compañía.

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