El aire es
un cuerpo del revés, un sueño contenido al otro lado, la convexión de un ángulo
cuerpo, concavidad de Alicia en el cristal espejo: para existir por dentro, dejar
afuera el llanto; para limpiar el alma, contemplar la lluvia.
Así, es la
lluvia compacta el animal que observa, la que tiembla de frío sola en su
encierro exterior, inmenso y mudo, y en el espejo del ojo, se refleja en
lágrima, que no es sino una gota ausente de nube, huérfana de tormenta, extraña
al tacto de la piel caliente, torrente diminuto con vocación de río.
La lluvia entonces
se alegra, escapa de la tormenta, milagro transparente del cristal, conversión
misteriosa del agua en llanto, éxtasis de la nube, sagrado aleluya cantado a
solas.
Cuando un
alma sensible siente la piedad del invierno, se vuelve abrazo tierno para
acoger al frío, redimir a la lluvia, calmar la inclemencia del viento, ser
abrigo y refugio donde acunar al clima.
La lluvia, animal perfecto, sabe en qué cristales golpear
su canto, en qué puerta acogedora encontrará su casa.
William Turner, 1797 Norham Castle sunrise |
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